Leyenda "La Carreta sin Bueyes"
Cuenta la leyenda que una bruja vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera; la bruja estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo.
El muchacho por su gran apego a su fe cristiana no quería tener nada con ella, pero la bruja valiéndose de artificios, lo logró conquistar y así vivir con él mucho tiempo, conviertiéndolo en un ser similar a ella.
Como podrás imaginar nadie estaba de acuerdo con esta unión, mucho menos el cura del pueblo el cual en sus prédicas denunciaba el hecho cada domingo, al pasar de los años aquel muchacho, ya mayor, tuvo una enfermedad incurable y pidió a la bruja que si se moría, le dieran los santos oficios en el templo del lugar.
Al solicitarle al sacerdote la última petición de su amado la bruja recibió la negativa debido al pecado arrastrado en su vida.
La bruja dijo por las buenas o por las malas y al morir su hombre, “enyugó” los bueyes a la carreta y puso la caja con el cuerpo muerto, cogió su escoba, su machete y se encaminó al templo.
Los bueyes iban con gran rapidez pero al llegar a la puerta, el sacerdote les dijo “en el nombre de Dios paren”, los animales hicieron caso, más no la bruja la cual blasfemaba contra lo sagrado.
El sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso y la bruja, la carreta y el muerto todavía vagan por el mundo, y algunas noches se oyen las ruedas de la carreta pasando por las calles de los pueblos arrastrada por la mano peluda del mismito diablo.
Otras Leyendas Populares
Cuenta la leyenda que fue el tercer hijo varón, parrandero y vago de un gamonal de Escazú. Siempre echado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear.
Hace mas de doscientos años, en un pueblito de Cartago, vivía una hermosa mujer, la más bella del pueblo. Linda como una rosa, de curvas pronunciadas, hermosísimos bustos, piernas torneadas y una cara sin igual; sin embargo era la muchacha muy orgullosa.
Cuenta la leyenda que esta bruja era negrita y una de las últimas brujas del pueblo más renombradas, que habitaba al norte de la Iglesia del centro de Escazú.
Era otra época, eran otros tiempos; y el pintoresco poblado de Aserrí, estaba gobernado por un español ilustre y bien parecido; Pérez Colma era su nombre y muchas las miradas femeninas que seguían sus pasos y muchos los corazones que suspiraban por el apuesto hombre.
Esta era una viejita que vivía cerca del río Virilla en una casucha destartalada por el tiempo, usaba para taparse del sol un gran sombrero de “tule”, hoja amplia de la planta del mismo nombre.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.