Leyenda "El Cadejos"
“De origen vulgar pero con la tiempo ha tomado prestigio y decoro”.
Cuenta la leyenda que fue el tercer hijo varón, parrandero y vago de un gamonal de Escazú. Siempre echado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear.
El padre y sus hermanos furiosos le llevaron casi a la fuerza al monte, a “tapar” frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces ocurrió que el padre al verlo nuevamente perdiendo su tiempo mientras sus hermanos trabajaban decidió maldecirlo diciéndole: “Echado y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén”. Así súbitamente el joven se transformó en un perro grande, adusto, flaco, erizo que hoy día trota al lado de los parranderos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor.
¿No has oído tarde en la noche en tus noches de fiesta su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el aletear del Ángel del Misterio.
Otras Leyendas Populares
Hace mas de doscientos años, en un pueblito de Cartago, vivía una hermosa mujer, la más bella del pueblo. Linda como una rosa, de curvas pronunciadas, hermosísimos bustos, piernas torneadas y una cara sin igual; sin embargo era la muchacha muy orgullosa.
Cuenta la leyenda que una bruja vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera; la bruja estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo.
Cuenta la leyenda que esta bruja era negrita y una de las últimas brujas del pueblo más renombradas, que habitaba al norte de la Iglesia del centro de Escazú.
Era otra época, eran otros tiempos; y el pintoresco poblado de Aserrí, estaba gobernado por un español ilustre y bien parecido; Pérez Colma era su nombre y muchas las miradas femeninas que seguían sus pasos y muchos los corazones que suspiraban por el apuesto hombre.
Esta era una viejita que vivía cerca del río Virilla en una casucha destartalada por el tiempo, usaba para taparse del sol un gran sombrero de “tule”, hoja amplia de la planta del mismo nombre.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.