Hoy día estos mecanismos aún persisten en nuestros cuerpos, solamente que ya no cumple la función (claro en la mayoría de casos) de salvarnos de ser atacados por animales salvajes o por permanecer varios días sin alimentación si no mas bien nos protegen del estrés que genera la vida cotidiana y al contrario de nuestros antepasados por la falta de actividad física.
Existen muchos medios del ejercicio físico que aplicados con diferentes niveles de intensidad se convierten en una forma viable de alcanzar niveles de estrés necesarios para activar los “mecanismos de emergencia” de nuestro organismo, que en cierto grado generan respuestas positivas relacionadas con la salud y funciones cerebrales.
La actividad física con cierta intensidad está relacionada positivamente con la estructura y función del cerebro, así como con el rendimiento cognitivo que realizadas en una forma sistemática podría reducir el riesgo de desarrollar demencia y otras dolencias neurológicas que afectan esta época moderna.
Se debe de tomar en cuenta que la percepción de intensidad depende de diferentes factores y condición en cada persona, por ejemplo para un anciano o persona con baja condición física con un esfuerzo mínimo percibe gran intensidad (esfuerzo percibido) aumentando los niveles de BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro) sin tener que entrenar como atleta o trabajar con intensidades que pueden mas bien ser contraproducentes para la misma salud, de ahí la importancia de una adecuada prescripción del ejercicio dependiendo de las condiciones físicas de cada individuo edad y sexo sin llegar a entrenamientos extenuantes que pueden poner en peligro la salud general.