Leyenda "La Yegüita"
En Nicoya existe la leyenda de que en el tiempo de la conquista, un indio y su pareja encontraron una veta de oro en el camino a Curime. De esta sacaba oro el cual cambiaba, entre los españoles, por alimentos y ropa.
En la Villa de Nicoya fueron perseguidos en secreto y uno de los pobladores el cuál logró encontrar el sitio de la mina. El acostumbra a ir también para recoger pepitas mientras ellos no estaban, pero un día el indio y su mujer lo sorprendieron. Los dos hombres comenzaron a pelear a muerte y la india, temblando de miedo, se arrodilló y suplicó ayuda a la Virgen de Guadalupe. Al momento, una yegua negra apareció y se metió entre los combatientes. Frente a tal milagro se detuvo la lucha para salvación de ambos.
Otras Leyendas Populares
Cuenta la leyenda que fue el tercer hijo varón, parrandero y vago de un gamonal de Escazú. Siempre echado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear.
Hace mas de doscientos años, en un pueblito de Cartago, vivía una hermosa mujer, la más bella del pueblo. Linda como una rosa, de curvas pronunciadas, hermosísimos bustos, piernas torneadas y una cara sin igual; sin embargo era la muchacha muy orgullosa.
Cuenta la leyenda que una bruja vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera; la bruja estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo.
Cuenta la leyenda que esta bruja era negrita y una de las últimas brujas del pueblo más renombradas, que habitaba al norte de la Iglesia del centro de Escazú.
Era otra época, eran otros tiempos; y el pintoresco poblado de Aserrí, estaba gobernado por un español ilustre y bien parecido; Pérez Colma era su nombre y muchas las miradas femeninas que seguían sus pasos y muchos los corazones que suspiraban por el apuesto hombre.
Esta era una viejita que vivía cerca del río Virilla en una casucha destartalada por el tiempo, usaba para taparse del sol un gran sombrero de “tule”, hoja amplia de la planta del mismo nombre.
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.